"Los "novísimos" machistas no han aducido contra los materialistas
ni un sólo argumento, literalmente ni uno sólo,
que no se pueda encontrar en el obispo Berkeley".
Lenin Materialismo y Empiriocriticismo.
Entre las dos principales concepciones que existen respecto
al problema fundamental de la relación entre materia y pensamiento, entre el
ser y el espíritu, (tendiendo el espíritu como la descripción de las cosas que
no son materiales como el pensamiento y las ideas) que son: la materialista y
la idealista, la concepción científica y la no científica de la realidad, existe
una tercera filosofía que sirve de carburante al idealismo burgués y de todo
tipo, como es común en un mundo dividido por contradicciones antagónicas
generadas por el sistema capitalista impuesto.
1. ¿Por
qué una tercera filosofía?
Después de haber tenido algunas lecturas y pasado por algunos
artículos sobre este tema, quizá pueda parecernos que, en definitiva, debe ser
bastante fácil reconocernos en medio de todos estos razonamientos filosóficos,
puesto que sólo dos grandes corrientes se distribuyen todas las teorías: el
idealismo y el materialismo. Y que, además, los argumentos que convergen en
favor del materialismo, llevan a la convicción de manera definitiva.
Diríase que después de determinado examen hubiéramos hallado el camino que conduce a la
filosofía de la razón: el materialismo.
Pero, sin embargo, las cosas no son tan simples. Pues tal
como lo vemos hoy en día los idealistas modernos carecen de la franqueza del
obispo Berkeley.1
Presentando sus ideas
“bajo una forma mucho más artificiosa
y embrollada por el uso de una terminología “nueva”, destinada a presentarlas
ante las gentes ingenuas ¡cómo una filosofía novísima!” “…sistema para
vergüenza del espíritu humano, para vergüenza de la filosofía, es el más
difícil de combatir, aunque el más absurdo de todos”. 2
Para contestar a la cuestión fundamental de la filosofía, hay
dos respuestas totalmente opuestas, contrarias e irreconciliables. Estas dos
respuestas que, por ser perfectamente claras, no permiten ninguna confusión.
Ya cerca de 1710, el problema se plateaba de
este modo: por un lado, los que proclamaban la existencia de la materia fuera
de nuestro pensamiento, eran los materialistas; por otro lado, con Berkeley, los
que negaban la existencia de la materia y afirmaban que ésta sólo existía en
nosotros, en nuestros espíritus, eran los idealistas.
Pero más tarde, con el progreso de las ciencias, otros
filósofos surgieron tratando de mediar entre idealistas y materialistas,
creando, por tanto, una corriente filosófica que introduce una confusión entre
esas dos teorías y esta confusión tiene el origen de su fuente en la búsqueda
de una tercera filosofía.
2. Razonamiento de esta tercera filosofía.
La base fundamental de esta filosofía, que fue elaborada
después de Berkeley, consiste en sustentar la afirmación de que es inútil
tratar de conocer la naturaleza real de las cosas, en virtud de que nunca
conoceremos nada que vaya más allá de las apariencias.
He aquí el porqué de que esta filosofía sea llamada
Agnosticismo (del griego negación, y gnósticos, capaz de conocer; por tanto,
“incapaz de conocer”, incognoscible). Según los agnósticos, no es posible saber
si el mundo es, en realidad, espíritu o naturaleza. Claro que es posible
conocer la apariencia de las cosas, pero, no obstante, no podemos conocer su
realidad intrínseca.
Pongamos, pues, un ejemplo, el del sol. Ya hemos comprobado
que no es tal como lo creían los primeros hombres, un disco plano y rojo. Ese
disco era, pues, sólo una ilusión, una apariencia (la apariencia es la idea
superficial que nos hacemos de las cosas, pero no es la realidad).
Por eso, teniendo en cuenta que los idealistas y los
materialistas discuten para saber si los objetos son materia o espíritu, si las
cosas existen o no fuera de nuestro pensamiento, si nos es posible o no
conocerlas, los agnósticos sostienen que nosotros no podemos saber nada con
certeza; únicamente la apariencia de las cosas, jamás su realidad, y su
esencia.
Nuestros Sentidos -dicen- nos facilitan ver, observar y
sentir las cosas, conocer sus formas exteriores, sus apariencias; apariencias
que existen, pues para nosotros; es lo que se llama, leguaje filosófico, “la
cosa para nosotros”.
Pero, sin embargo, no podemos conocer la cosa
independientemente de nosotros, con su realidad que le es propia; es decir lo
que se llama “la cosa en sí”.
En efecto, los idealistas y los materialistas que discuten
sin cesar, continuamente estos temas, pueden ser comparados con dos hombres,
uno con anteojos azules, y el otro con anteojos rosados, que discurrieran por
la nieve discutiendo de su color. Supongamos por un momento que nunca pudieran
librarse de sus anteojos. ¿Podrían, no lográndoselos quitar, conocer algún día el
verdadero color de la nieve…? No, absolutamente no. Pues bien; los idealistas y
los materialistas que disputan para averiguar cuál de ellos tiene la razón, llevan
anteojos azules y rosados, y, por tanto jamás conocerán la realidad. Tendrán
conocimiento “para ellos” respecto de la nieve, cada uno la vera a su modo y
manera, pero nunca conocerán la nieve “en sí misma”. Tal es el razonamiento de
los agnósticos.
3. ¿De dónde procede esta filosofía?
Los filósofos que fundaron esta filosofía fueron Hume
(1711-1776), que era inglés, y Kant (1724-1804), que era alemán. Los dos han
querido conciliar el idealismo con el materialismo.
Veamos aquí un pasaje de los razonamientos de Hume referido
por Lenin en su libro Materialismo y
Empiriocriticismo:
“Se puede considerar evidente que los
hombres son propensos, por instinto o predisposición natural, a fiarse de sus
sentidos y que, sin ningún razonamiento, siempre suponemos la existencia de un
mundo exterior (“external universe”), que no depende de nuestra percepción y
que existirá aun cuando desapareciéramos y fuésemos destruidos nosotros y todos
los demás seres dotados de sensibilidad.) Incluso los animales están guiados
por una opinión de este género y conservan fe en los objetos exteriores en
todos sus pensamientos, designios y acciones… Pero esta opinión universal y
primaria de todos los hombres es rápidamente rebatida por la más superficial
(‘slightest’) filosofía, que nos enseña que a nuestra mente no puede llegar
nunca nada más que la imagen o la percepción y que los sentidos son tan sólo
canales (´mlest’) por los que estas imágenes son transportadas, no siendo
capaces de establecer ninguna relación directa (‘intercourse’) entre la mente y
el objeto. La mesa que vemos parece más pequeña si nos alejamos de ella, pero
la mesa real, que existe independientemente de nosotros, no cambia; por
consiguiente, nuestra mente no ha percibido otra cosa que la imagen de la mesa.
Tales son los dictados evidentes de la razón. (D. Hume. Investigaciones sobre
el entendimiento humano. (Cap. XII. Pag. 21.)”
Ya hemos visto que Hume admite, en primer lugar, lo que está
en el plano del sentido común: la “existencia de un universo exterior” que no
depende de nosotros. Pero de inmediato, seguidamente, se niega a admitir tal
existencia como realidad objetiva. Porque para él, esta existencia no es
solamente una imagen, y nuestros sentidos que comprueban esta existencia, esta
imagen, no son capaces de establecer una relación, sea cual fuere, entre el
espíritu y el objeto.
En otras palabras,
vivimos en medio de una realidad enteramente subjetiva tal como en el cine, en
cuya pantalla constatamos la imagen de los objetos, su existencia, pero detrás
de los objetos mismos, o sea detrás de la pantalla, no hay absolutamente nada.
Ahora bien; si se desea saber de qué manera nuestro espíritu
tiene conocimiento de los objetos, tal vez se deba:
“…bien a la energía de nuestra propia
mente, bien a la sugestión de algún espíritu invisible y desconocido o bien a
cualquier otra cosa aún más desconocida”.3
4. Consecuencia de esta teoría.
He aquí una teoría seductora, aunque por otra parte, está muy
difundida. Tanto, que volvemos a encontrarla con diferentes formas en el
transcurso de la historia, entre las teorías filosóficas y, en nuestros días,
también en todos lo que pretenden “permanecer neutrales y mantenerse en una
reserva científica.”
Debemos investigar si esos razonamientos son justos y cuáles
son las consecuencias que pueden derivarse de ellos.
Si nos es absolutamente imposible, como aseguran los
agnósticos, conocer la verdadera naturaleza de las cosas y si nuestro
conocimiento se circunscribe a sus apariencias, o en otro caso que nuestra
perspectiva es la que determina su naturaleza, entonces no podemos afirmar la
existencia de la realidad objetiva, ni podemos saber si las cosas existen por sí
mismas. Si para nosotros, por ejemplo, el autobús, representa una realidad
objetiva, el agnóstico, por el contrario, nos dice que de ello no está seguro.
No se puede saber si ese autobús es un pensamiento, una realidad subjetiva o
una realidad objetiva. Él no puede sostener, pues, que nuestro pensamiento es
el reflejo de las cosas. Vemos que estamos en pleno razonamiento idealista,
puesto que entre afirmar que las cosas no existen, que su existencia depende de
nuestra observación o simplemente que no se puede saber si existen, la
diferencia no es grande.
Ya hemos comprobado que el agnóstico diferencia las “cosas
para nosotros y las cosas en sí”. Pero el estudio de las cosas para nosotros es
posible, puesto que es la ciencia; pero el estudio de las cosas en sí es
imposible dado que no podemos conocer lo que existe fuera de nosotros.
El resultado de este razonamiento viene a ser el siguiente:
que el agnóstico admite la ciencia; cree en ella y quiere constituirla y –como
no se puede hacer ciencia más que con la condición de expulsar de la naturaleza
toda fuerza sobrenatural–, ante la ciencia se declara materialista.
Pero, sin embargo, se apresura de agregar que, como la
ciencia sólo nos da apariencias, esto no quiere decir que no haya en la realidad
nada más que la materia, o, inclusive, que exista la materia, o que Dios no
exista. La razón humana no puede saberlo y no hay por tanto, que inmiscuirse en
eso. Más si hay otros medios para conocer las “cosas en sí”, como la fe
religiosa por ejemplo, el agnóstico no quiere saberlo tampoco y no se adjudica
el derecho de discutirlo. De este modo, para la conducta de la vida y para la
construcción de la ciencia, el agnóstico es, sin duda, un materialista, pero es
un materialismo que no se atreve a afirmar su filosofía y que trata ante todo
de no crearse dificultades ante los idealistas; es decir, de no entrar en lucha
con las religiones y corrientes metafísicas místicas. En definitiva es un
“materialista vergonzante”.4
La consecuencia de todo esto es que, poniendo en duda el
valor profundo de la ciencia, no encontrando en ella más que ilusiones, esta
tercera filosofía nos sugiere, por consiguiente, no otorgar ninguna veracidad a
la ciencia y que es inútil todo esfuerzo por saber algo, por tratar de hacer avanzar
el verdadero progreso.
Los agnósticos dicen: antiguamente los hombres contemplaban
el Sol cual un disco plano y creían que era la realidad: se engañaban. Hoy día
la ciencia nos indica que el Sol no es tal como lo vemos y hace lo posible por explicarlo
todo. Sabemos, sin embargo, que la ciencia se engaña muy seguidamente,
destruyendo un día lo que había construido la víspera. Así suele ser a menudo:
error ayer, verdad hoy, y error mañana. Y así, dicen los agnósticos. No podemos
saber, no estamos seguros de nada por medio de la razón. Y si otros medios,
aparte de la razón, como la fe religiosa o las “respuestas místicas”, por
ejemplo, pretenden darnos certidumbres absolutas, ni siquiera la ciencia puede
impedirnos creer en ellas. De esta manera, es decir, disminuyendo la confianza
en las ciencias, el agnosticismo va preparando el retorno de las religiones.
5. Como debemos refutar y combatir este
razonamiento.
Ya hemos constatado como para probar sus afirmaciones, los
materialistas se aprovechan no sólo de la ciencia, sino también de la
experiencia que facilita comprobar las ciencias. “Con el criterio de la
experiencia” se pueden saber, se pueden conocer las cosas. Los agnósticos nos afirman que es imposible constatar que el
mundo exterior existe o no existe.
Ahora bien; por la práctica, sabemos que el mundo y las cosas
existen. Sabemos también que las ideas que nos formamos respecto de las cosas
son exactas; que las relaciones que hemos establecido entre las cosas y
nosotros son reales.
“Desde el instante en que sometemos
estos objetos a nuestro uso, de acuerdo con las cualidades que observamos en
ellos, sometemos a una prueba infalible la autenticidad o la falsedad de
nuestras percepciones sensibles. Mas si estas percepciones fueran falsas,
nuestra apreciación del uso que se puede hacer de un objeto debería igualmente
serlo, y nuestro ensayo debería fracasar. Pero si logramos alcanzar nuestro
objetivo, si observamos que el objeto concuerda con la idea que teníamos de él
y responde al destino que queríamos darle, esta es una prueba positiva de que
nuestras percepciones del objeto y de sus cualidades están de acuerdo con una
realidad exterior a nosotros mismos. Cada vez que experimentamos un fracaso,
empleamos generalmente muy poco tiempo para conocer la razón que nos ha hecho
fracasar; advertimos que la percepción sobre la cual nos habíamos apoyado para
proceder era incompleta y superficial, o acoplada con los resultados de otras
percepciones, de tal forma que no garantizaban lo que denominamos razonamiento
verdadero. Mientras nos interesamos por guiar y utilizar acertadamente nuestros
sentidos y de sostener nuestra acción en los límites indicados por las
percepciones acertadamente utilizadas, nos damos cuenta de que el resultado de
nuestra acción demuestra la conformidad de nuestras observaciones con la
naturaleza de las cosas percibidas. Pues en ningún caso hemos llegado todavía a
la conclusión de que nuestras percepciones científicamente demostradas,
produzcan en nuestros espíritus ideas sobre el mundo exterior que estén, por su
propia naturaleza, en desacuerdo con la realidad o que haya una
incompatibilidad inherente entre el mundo y las percepciones sensibles que
nosotros tenemos de él.”5
Volviendo al ejemplo de Engels, diremos: ”el budín se prueba
comiéndolo” (proverbio inglés). Si no existiera, o si fuera sólo una idea,
después de haberlo deglutido nuestra hambre no se habría satisfecho en
absoluto. Así, pues, nos es perfectamente dable conocer las cosas, probar si
nuestras ideas corresponden a la realidad. Y de igual manera nos es posible
comprobar los antecedentes de la ciencia por la experiencia y la industria, que
transforman en aplicaciones prácticas los resultados teóricos de las ciencias.
Si podemos producir caucho sintético, es porque la ciencia conoce “la cosa en sí”,
que es el caucho.
Finalmente vemos, luego, que no es ineficaz tratar de saber
quien posee la razón, dado que, a pesar de los errores teóricos que la ciencia
pueda cometer, la experiencia nos muestra cada vez más la prueba de que, sin
lugar a dudas, es la ciencia la que tiene la razón.
6. Conclusión.
A partir del siglo XVIII, y según los diversos pensadores
cuyas ideas han asimilado en mayor o menor medida del agnosticismo, observamos
que esta filosofía es atraída tanto por el idealismo, como por el materialismo.
Cubierta con “nuevas palaras”, (tal es el caso de las tesis que afirman la
subordinación de la materialidad a la percepción humana, es decir una supuesta,
y triste “comprobación científica” de la filosofía del obispo Berkeley) como
advierte Lenin, sirviéndose de la ciencias para apuntalar sus razonamientos, no
hace más que crear la confusión entre las dos teorías, otorgando así que
algunos puedan tener una filosofía cómoda que les posibilita para declarar que
no son idealistas, porque se sirven de la ciencia, pero que tampoco son
materialistas, porque no se atreven a sostener sus argumentos hasta el fin,
porque no los estiman consecuentes.
“¿Qué es, pues, el agnosticismo, dice Engels, sino… un
materialismo ‘vergonzante’? La concepción agnóstica de la naturaleza es
totalmente materialista. El mundo natural está totalmente regido por leyes y
excluye categóricamente toda intervención exterior. Pero –agrega– no disponemos de ningún medio para afirmar o
negar la existencia de cierto ser supremo que esté más allá del mundo
conocido.”6
Esta
filosofía hace juego al idealismo porque, inconsecuente con sus postulados y
razonamientos, los agnósticos llegan de una manera penosa al idealismo. “Rascad
al agnóstico –dice Lenin– y tendréis al idealista.”
Hemos demostrado que se puede saber quién tiene la razón: si
el materialismo o el idealismo.
Por tanto ahora sabemos que las teorías que se proponen
conciliar estas dos filosofías sólo pueden, de hecho, sostener el idealismo; no
traen una tercera respuesta a la cuestión fundamental de la filosofía y, por
tanto, no hay tercera filosofía y mucho menos un materialismo idealista que no
sea en el fondo idealismo puro y barato.
¡POR LA EMANCIPACIÓN DE LOS EXPLOTADOS Y OPRIMIDOS!
¡POR LA REVOLUCIÓN ARMADA PROLETARIA, CAMPESINA,
POPULAR!
¡FRENTE REVOLUCIONARIO COMUNISTA!
1 Principal figura del idealismo del
siglo XVI cuya finalidad como sistema estriba en “demostrar que la substancia
material no existe”, aniquilar el materialismo. Berkeley en su libro Diálogos
entre Hylas y Fylonus decía: “La materia
no es lo que creemos, pensando que existe fuera de nuestro espíritu. Pensamos
que las cosas existen porque las vemos, porque las tocamos; y como ellas nos
ofrecen esas sensaciones, creemos en su existencia. Pero nuestras sensaciones
no son más que ideas que tenemos en
nuestro espíritu. Así, pues, los objetos que percibimos por nuestros sentidos
no pueden existir fuera de nuestros espíritus”. En el prefacio del mismo
escribe: “Si los principios que aquí intento propagar se admiten como
verdaderos, las consecuencias que según creo se derivaran inmediatamente de ellos,
son: que el materialismo y el escepticismo serán totalmente vencidos, que muchos puntos
intrincados serán harán claros, grandes dificultades se resolverán, partes
inútiles de la ciencia serán eliminadas, la especulación, se relacionara con la
práctica y los hombres se apartaran de las paradojas en favor del sentido
común.”
2 V. I. Lenin: Materialismo y
Empiriocriticismo, en Lenguas Extranjeras. Moscú 1981. pp. 15, 23.
3
Ibid., p. 22.
4 F. Engels: Ludwing Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana en C.
Marx, F. Engels, Obras escogidas en dos tomos, Ed. Lenguas Extranjeras, Moscú,
1952. T.II., p. 346.
5 F.
Engels: Etudes philosophies, “le matérialisme historique”. Ed. E.S.I. 1935, pp.
107-108.
6 Op.
Cit., pp. 106-107.
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