lunes, 20 de febrero de 2017

EL ASALTO AL CAROLINO










La universidad de Puebla, desde 1961, es objeto de una criminal acción hasta hoy impune.

“Canoa” no es un episodio sino una prueba histórica: el autor moral de los linchamientos no fue, siquiera, sometido a proceso.

La universidad de Puebla ha sido la victima mayor de las universidades mexicanas. La impunidad delictiva, la provocación política, y la corrupción para debilitarla y vencerla han sido sucesivamente empleadas.



¿Quiénes fueron los asesinos de Joel Arriaga y de Enrique Cabrera?

¿Quiénes los que dispararon ráfagas durante varias horas contra estudiantes indefensos hace 44 años?

Nadie, en singular; nadie en plural; sencillamente nadie.

Se trato de universitarios, de comunistas, y, contra unos y otros, todo está, al parecer permitido.

Nada, en contra suya, está prohibido. Es un acto de guerra sagrada.










¿Por qué nada de lo que ocurre en las universidades autónomas sucede en las particulares? Por una causa: éstas son objeto de una celosa protección. Mientras las públicas sufren la criminalidad organizada por parte del estado, en las privadas se forman los futuros “servidores públicos”, los técnicos, los profesionales. Esta es, precisamente, la victoria subrepticia: la privatización de los poderes públicos.



¿Qué desea el estado de las universidades de la nación? Al parecer la rendición ideológica de los estudiantes y profesores. Ni critica intelectual, ni conducta política.




La agresión criminal contra estudiantes, profesores y movimientos de la Universidad Autónoma de Puebla fue y es una señal de la acción de las llamadas “porras” contra las universidades mexicanas. En la de Puebla se da, plenamente, esa conducta, claramente concertada: atemorizar, herir, matar y desaparecer estudiantes y profesores, con un agravante ya muy conocido en nuestras casas de estudio: el auxilio de las autoridades judiciales.












No se trata de una criminalidad espontánea sino de una criminalidad organizada. Las “porras” no son a partir del 61, grupos de infelices delincuentes compuestos por ladrones y asaltantes, sino medio de una política de amedrentamiento y exterminio. Las “porras” constituyen fuerzas irregulares contra la organización estudiantil y magisterial.
















No quiere decirse que toda la actividad de esos delincuentes sea política, porque la condición tácita de su reclutamiento supone, por los antecedentes mismos de cada uno de sus miembros, la libertad personal para cometer más fechorías (causa por la cual se confunde al “porrista” con el inadaptado social) sino que la principal es una labor concreta: impedir que en las universidades surja una acción critica organizada. El “porrista” es hoy y siempre agente represivo.









Agentes represivos contra los que obran ordenes de aprehensión y que salen del país con pasaporte y dinero pero lo más importante que retornan al iniciarse la mayor agresión en las universidades: la de los comandos armados con bazucas y rifles M-1.












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