La universidad de Puebla, desde 1961, es objeto de
una criminal acción hasta hoy impune.
“Canoa” no
es un episodio sino una prueba histórica: el autor moral de los linchamientos
no fue, siquiera, sometido a proceso.
La universidad de Puebla ha sido la victima mayor de las universidades mexicanas. La impunidad delictiva, la provocación política, y la corrupción para debilitarla y vencerla han sido sucesivamente empleadas.
¿Quiénes fueron los asesinos de Joel Arriaga y de
Enrique Cabrera?
¿Quiénes los
que dispararon ráfagas durante varias horas contra estudiantes indefensos hace
44 años?
Nadie, en
singular; nadie en plural; sencillamente nadie.
Se trato de
universitarios, de comunistas, y, contra unos y otros, todo está, al parecer
permitido.
Nada, en
contra suya, está prohibido. Es un acto de guerra sagrada.
¿Por qué nada de lo que ocurre en las universidades
autónomas sucede en las particulares? Por una causa: éstas son objeto de una
celosa protección. Mientras las públicas sufren la criminalidad organizada por
parte del estado, en las privadas se forman los futuros “servidores públicos”,
los técnicos, los profesionales. Esta es, precisamente, la victoria
subrepticia: la privatización de los poderes públicos.
¿Qué desea el estado de las universidades de la
nación? Al parecer la rendición ideológica de los estudiantes y profesores. Ni
critica intelectual, ni conducta política.
La agresión criminal contra estudiantes, profesores
y movimientos de la Universidad Autónoma de Puebla fue y es una señal de la
acción de las llamadas “porras” contra las universidades mexicanas. En la de
Puebla se da, plenamente, esa conducta, claramente concertada: atemorizar,
herir, matar y desaparecer estudiantes y profesores, con un agravante ya muy
conocido en nuestras casas de estudio: el auxilio de las autoridades
judiciales.

No se trata de una criminalidad espontánea sino de
una criminalidad organizada. Las “porras” no son a partir del 61, grupos de
infelices delincuentes compuestos por ladrones y asaltantes, sino medio de una
política de amedrentamiento y exterminio. Las “porras” constituyen fuerzas
irregulares contra la organización estudiantil y magisterial.
No quiere decirse que toda la actividad de esos
delincuentes sea política, porque la condición tácita de su reclutamiento
supone, por los antecedentes mismos de cada uno de sus miembros, la libertad
personal para cometer más fechorías (causa por la cual se confunde al
“porrista” con el inadaptado social) sino que la principal es una labor
concreta: impedir que en las universidades surja una acción critica organizada.
El “porrista” es hoy y siempre agente represivo.
Agentes represivos contra los que obran ordenes de
aprehensión y que salen del país con pasaporte y dinero pero lo más importante
que retornan al iniciarse la mayor agresión en las universidades: la de los comandos
armados con bazucas y rifles M-1.
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